martes, 25 de agosto de 2009

Pacushpampa - Américo Portella


Encaramado desde la cima de mi mítico Huancash,
estático sobre la piel, sin venas, pero vigoroso
escudriño los parajes del Ande con su página de nieve
escenario del asilo de neblinas y tormentas.
Observo los yermos en el dilatado horizonte,
en que por sus repliegues y sus resquicios,
surcan riachuelos que discurren entre follajes
cual caracol, anudando siglos en su espiral de bajada.
Avanza con lenguas airadas, imperturbable
agrietando rocas, lamiendo el soto sombrío
formando encañadas, y, enturbiando su cauce en el valle
y, extiende su meandro cual culebra de agua.
En su itinerario bordado de miel del chirimoyo,
entre esencias de aromas y lumbres que invaden,
bajo las sombras de racimos de huayhuajshus,
cirio suspendido, túnica erizada, noble sudario.
Hincha su cuenco en volumen entre enero y mayo,
entonces remeciendo en la piedra su espectacular hazaña,
desborda su estrépita crispadura
con el látigo hídrico que es su historia.
Después de haber labrado su cañón laberíntico
iriza su fuerza y bravura con tal ímpetu,
con impulso empuja en la roca y el aire
y sacude con rudeza sus aguas al Marañón.
Es allí, en ese escenario de asombroso espectáculo
donde se percibe el aliento primario del hombre,
bajo la tutela del estoico amaru
y los bizarros ídolos ardiendo en lenguas rojas.
Se percibe también en la memoria a los pacush
escurridizos camélidos que pastaron en llanuras libres
ofreciendo aquel paisaje viviente
en el laboratorio singular que perenniza su nombre.

Américo Portella Egúsquiza

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